viernes, 1 de octubre de 2010

Reto a la Adversidad

El mundo de hoy: La política, la guerra y la fe

Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

Los liberales que desde el siglo XVIII lograron la separación de la Iglesia y el Estado, los agnósticos y positivistas que acreditan únicamente al conocimiento basado en la experiencia, los ateístas que auspiciaron la exclusión de los creyentes, aquellos que erróneamente asociaron la religiosidad con la ignorancia y los que apostaron porque la ilustración neutralizaría las creencias, no imaginaron que en la era global, a siglos de extinguidas las órdenes formadas por monjes soldados y disueltos los Estados Pontificios, la fe tendría un nuevo protagonismo político, surgirían entidades confesionales militar y políticamente influentes y reaparecerían gobiernos teocráticos: Israel, Irán, Hamas y Hezbolá son los ejemplos más notorios entre cientos de estas entidades.

Cuando predominaban las formas gentilicias de organización social, el poder, los fenómenos mágico-religiosos y los liderazgos personales formaron una amalgama que andando el tiempo dio lugar a formas embrionarias, tanto del Estado como de las religiones.

Como parte del progreso, con luces y sombras, ligadas a las civilizaciones de Occidente, el Levante, el Indostán y el Lejano Oriente, aparecieron entre otras el Cristianismo, el Islam, el judaísmo y el budismo. El Nuevo Mundo y África no alcanzaron los estadios civilizatorios propiciatorios de tales niveles de conceptualización teológica de la fe y, por imposición o por convicción, adoptaron algunas de las grandes corrientes.

Entre los hitos en las historias religiosas figuran: el nacimiento, el martirio, la muerte y la difusión de la palabra de Jesucristo, la presencia de Mahoma, asumido como fundador del Islam y de Buda cuya iluminación dio lugar al budismo. Como parte de la propagación de la fe, las grandes religiones alcanzaron perfiles definidos basados en misterios y dogmas, se instalaron instituciones mundiales constituidas por iglesias y jerarquías, se legitimó una teología que conceptualiza y codifica los dogmas y los ritos y se definieron doctrinas sociales que asocian la fe al quehacer social.

En 1870 el papado cesó su oposición a la disolución de los Estados Pontificios y en 1929 en virtud de los Pactos de Letrán se desactivó toda pretensión de poder temporal por parte de la Iglesia Católica, que se ratificó como una fuerza exclusivamente espiritual. En ese punto se reconoció que por su naturaleza, ninguna religión tiene verdadera base social o conceptual desde la cual realizar una proyección política y vincularse en escala social a la solución de problemas y conflictos existenciales cuyo tratamiento concierne a los estados, los gobiernos, los partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil.

Las iglesias y las jerarquías religiosas pueden ser un factor positivo en el conjunto social, aunque no suplantan al poder ni debieran aliarse con el mismo, aunque tampoco antagonizarlo.

Las creencias y la fe, sentidas por personas de todas las categorías y estratos sociales proporcionan paz interior, consuelo espiritual, emociones místicas y promueven un comportamiento regido por preceptos éticos a partir de los cuales los creyentes participan a su arbitrio de la vida social y asumen posiciones que sin desmentir su credo los ubican a la derecha, el centro o la izquierda; incluso en los extremos.

Aunque constituyen elementos esenciales en la cultura universal y de cada pueblo, ninguna religión es un instrumento idóneo para conducir grandes transformaciones sociales, no forman un esquema de participación popular, ni sirve como herramienta de poder temporal. El cometido de la fe no son las victorias políticas.

Vinculada extemporáneamente al poder o a las acciones políticas extremas, particularmente en ámbitos islámicos, la fe puede tornarse opresiva, excluyente, sectaria hasta convertirse de un goce espiritual, en actitudes fanáticas incompatibles con la apertura y la tolerancia que los actuales estadios civilizatorios suponen.

Nadie excluye que circunstancialmente determinados movimientos o corrientes religiosas desempeñen un papel positivo en las luchas sociales y políticas; verbigracia la Teología de la Liberación, lo cual no significa que esa expresión del catolicismo pueda asumir por su cuenta y a partir de los dogmas de la fe la gestión social, lo cual implicaría el retorno a épocas lamentables y momentos felizmente superados.

Obviamente la humanidad no erró al adoptar decisiones históricas que como la separación de la Iglesia y el Estado, que resultaron convenientes tanto para los creyentes y las instituciones religiosas como para la sociedad y los estados, ni es preciso restaurar comportamientos superados. El repunte de la religiosidad vinculada a la política y al poder con enfoques fundamentalistas, no es un relanzamiento de la fe, sino una anomalía carente de futuro.

Como evidencia la experiencia histórica, se puede afirmar que el mundo global, altamente influido por el desarrollo tecnológico y científico, no será predominantemente ateo ni agnóstico aunque tampoco clerical.

En ninguna parte ningún esquema confesional se establecerá como alternativa a la democracia y la participación popular. Con certeza las fuerzas sociales no volverán a asumir el ateísmo como opción, aunque tampoco habrá espacios duraderos para un nuevo clericalismo de estado.